Seattle, Washington, EEUU

Montaje gráfico por Peter Costantini

Nota: El siguiente comentario ha aparecido en inglés en Inter Press Service y en Crossover Dreams.

Note: The following commentary has been published in English by Inter Press Service and Crossover Dreams.

El debate sobre la migración a Estados Unidos ¿le extraña?  Pues, acuérdese de la Línea Maginot.

Aquel sistema formidable de fortificaciones francesas fue construido en los años 1930 por André Maginot, el ministro de guerra francés, para defender contra una invasión desde el este.  Desgraciadamente, la blitzkrieg Nazi lo esquivó por el norte y conquistó a la Francia adentro de seis semanas.

El pobre M. Maginot se convirtió en una taquigrafía para “librar la guerra anterior”.  Pero al menos él trataba de enfrentarse a una amenaza existencial e inminente.

La invasión aterrorizante de los “illegal aliens”, como si fueran extraterrestres, contra la cual nuestros propios Maginots han construido centenares de millas de vallas fronterizas, movilizado la Guardia Nacional y lanzado los aviones robot, en realidad alcanzó su punto máximo en 2000 y ya se acabó hace buen rato.  Desde el inicio de la Gran Recesión, ligeramente más mexicanos han vuelto a casa en su país que han venido aquí, y actualmente la migración neta parece muy cerca de cero. La población de inmigrantes indocumentados ha caído en un ocho por ciento desde su cima en 2007.  Y al fin y al cabo, en vez de la devastación, la afluencia ha traído beneficios modestos pero bien amplios a nuestra economía y sociedad.

El éxodo empezó en medios de los años 90, impulsado por fuerzas de empuje y tracción muy poderosas.  En México, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte ha forzado a muchos campesinos a abandonar sus tierras, y la crisis del peso de 1994 tajó los salarios en un 20 por ciento, ajustado por inflación. Mientras tanto, el alza de la economía de Estados Unidos, alimentado por la tecnología, levantó los sueldos incluso para los trabajadores de bajos ingresos.

Hoy parece poco probable que una tal convergencia económica  vuelva a pasar.  Los altibajos de la economía mexicana ahora quedan acoplados más estrechamente con la nuestra.  Y la taza mexicana de natalidad que se disminuye, junta con oportunidades crecientes de educación y empleo, sugieren que los factores que empujan a emigrantes hacia el norte podrían continuar a encogerse al medio y al largo plazo.

Sin embargo, nuestros Maginots siguen agachados en sus búnkeres, exigiendo medidas que nunca fueron económicamente eficaces, y frecuentemente contraproducentes frente a un enemigo fantasma.

La frontera entre México y Estados Unidos extiende más de 3,000 quilómetros, muchos de estos a través del desierto de Sonora, entre un país muy rico y un otro moderadamente pobre.  Nunca se puede asegurarla contra toda migración, no importa lo mucho que sea militarizada.  Hace mucho tiempo llegamos al punto de rendimientos decrecientes por arrojar plata, tecnología y mano de obra en ella.

La Maginot-ización ha aumentado la dificultad y el peligro de la travesía, pero casi todos aquellos dispuestos a seguir intentando logran cruzar finalmente.  Mientras tanto, se estima que un 30 a 40 por ciento de los indocumentados simplemente entraron legalmente y se quedaron después de la expiración de sus visas.  Los únicos factores capaces de disuadirles eficazmente a los inmigrantes resueltos son mercados laborales estrechos aquí o mejorados allí en su país.

El aumento de la seguridad fronteriza ha tenido también unas consecuencias no deseadas y muy feas.  La triplicación consiguiente del costo de un coyote (guía) ha proporcionado en efecto un subsidio a los carteles narcotraficantes que controlan zonas importantes de la frontera y se aprovechan de los migrantes.  La vigilancia intensificada en las áreas pobladas ha empujado a más travesías adentro del desierto salvaje, donde números atroces de viajeros siguen pereciendo.

La frontera fortificada también ha desalentado la migración circular.  Desde el inicio, el patrón dominante ha sido de ir y volver cada uno u dos años, y con tiempo regresar a casa allá para construir una mejor vida.  Ahora los crecientes costos y peligros han llevado a más inmigrantes a quedarse más rato en el Norte o a asentarse aquí y traer a sus familias.

Después de más de un siglo de subir y caer con las mareas económicas de los dos países, la inmigración no autorizada está profundamente arraigada en ambas culturas y economías.  Es ilegal en el mismo sentido que la conducción por encima del límite de velocidad o el estacionamiento a tiempo extra.  También se podría compararla a una especie de intrusión internacional, y si uno entra en propiedad ajena para un propósito benigno durante un tiempo bastante largo, el derecho consuetudinario de Estados Unidos le permite adquirir título mediante la “adverse possession”, o sea, “usucapión”.

En cuanto a los efectos económicos, la mayoría de los economistas laborales ha encontrado beneficios generales a trabajadores nacidos en EE.UU., a la economía en general, y a los saldos fiscales.  Aún para el seis por ciento de los trabajadores nativos sin diploma de secundaria, la mayoría de investigaciones muestra aproximadamente la paridad entre efectos negativos y positivos.  Y lo más revelador es que las organizaciones que en realidad representan a obreros de bajos salarios, incluso los sindicatos y las organizaciones comunitarias, están en gran medida a favor de sacar a los inmigrantes de las sombras a la legalidad, y de trabajar en solidaridad con ellos, lo que ayudaría a elevar el piso del mercado laboral.

Entonces, a ver: si los inmigrantes indocumentados no han hecho nada de malo y si contribuyen a la sociedad de EE.UU., pues ¿por qué constituiría un sendero a la ciudadanía una “amnistía”, así como dicen los restriccionistas?

En lugar de debatir cuantos quilómetros más de la Línea Maginot a construir, deberíamos concentrarnos en la mejor manera de integrar a los inmigrantes no autorizados en nuestra economía, mientras aumentamos el nivel de vida de todas las familias de bajos ingresos.

En vez de prodigar subsidios estatales en Boeing, Raytheon y Corrections Corporation of America para militarizar la frontera y encarcelar a inmigrantes no criminales, podríamos sacar muchos más beneficios enviando una pequeña fracción de aquel dinero a las regiones de México y América Central que envían emigrantes, para crear empleos, viviendas, y servicios de educación y salud.  Y si quisiéramos ser excesivamente sensatos, podríamos gastar el resto en las mismas cosas aquí en nuestra casa.

Es poco probable que la inmigración no autorizada vuelva a alcanzar los niveles de hace 10 a 15 años.  Pero si aumenta de nuevo en una auténtica recuperación económica, la reforma migratoria debe conceder suficientes visas a los trabajadores de pocas cualificaciones para satisfacer las demandas de la economía por su trabajo, sin perjudicar a los trabadores parecidos ya aquí.  Esto requerirá negociación y ajuste continuo.  Un buen modo de facilitar esto sería conformar una comisión pública de actores interesados en la inmigración de los sindicatos, las comunidades, la academia y las empresas, tal como ya tenemos en las comunicaciones, el comercio, la banca y otras áreas.

Para hacer frente a los retos reales de seguridad fronteriza, podríamos aprender algo del ex-fiscal general del estado de Arizona, Terry Goddard.  El plan detallado que ha presentado les pegaría duro a los carteles criminales transnacionales donde más les duele, atacando a su capacidad de lavar dinero y de mover sus productos a través de la línea.

Como dijo el humorista Stephen Colbert de la “oleada fronteriza” propuesta por políticos anti-inmigrantes, “Pues, funcionó bien en Irak.  Ya casi no ves a ningunos mexicanos que se cuelan en Bagdad.”

Peter Costantini ha reportado sobre temas de migración para Inter Press Service por varios años. También ha escrito para muchas publicaciones sobre México, Haití, Nicaragua y la economía internacional.

Enlaces

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