Las terroristas suicidas
Posted on April 13, 2010.
Diana Cariboni
MONTEVIDEO.- Cada vez que aparecen noticias sobre mujeres que se inmolan en sangrientos ataques terroristas, se me despierta la misma mezcla de sorpresa y horror.
Lo sentí también toda vez que supe de acciones similares cometidas por hombres, amargamente más comunes en las últimas décadas. Pero la sensación de que las mujeres, aún las más desesperadas, estábamos a salvo de esa terrible forma de protesta, ¿es parte de la imagen sexista que tenemos del mundo?
El 29 de marzo, dos bombas en el metro de Moscú mataron a 40 personas y dejaron a 121 heridas.
Dos mujeres musulmanas hicieron estallar cargas explosivas que llevaban adheridas a sus cuerpos: Maryam Sharipova, una profesora universitaria de informática de 28 años, y Dzhanet Abdurakhmanova, una joven de 17 años presuntamente viuda de un militante separatista abatido por las fuerzas rusas.
La prensa insiste en que las dos eran viudas, aunque el padre de Sharipova dijo a la agencia AP que eso no tenía sentido, que su hija siempre había vivido en la casa paterna y que iba desde allí a la universidad, que era toda su vida.
Es que las versiones más difundidas, que llaman a estas atacantes “Viudas Negras” las describen como movidas por el deseo de vengar a sus familiares muertos o por la desesperación en que cayeron tras ser violadas o humilladas por las tropas rusas. Otro apunte frecuente es que son dirigidas por terroristas varones que las controlan a su entera voluntad.
La violencia en el Cáucaso Norte no es nueva. En esa región montañosa entre los mares Negro y Caspio, una cantidad de pueblos diversos luchan desde hace más de dos siglos contra la dominación rusa.
Pero los análisis coinciden en que las dos guerras de los años 90 entre Rusia y la pequeña e independentista Chechenia han deteriorado profundamente la situación de esa zona.
Derrotado en 1996, Moscú invadió Chechenia en 1999, abriendo una ola de atentados que se fueron mudando a territorio ruso y a objetivos civiles.
En Chechenia, las condiciones de vida se agravaron: creciente pobreza, violencia, violación masiva de los derechos humanos. ¿Eso es suficiente para que un grupo de personas se vuelque al terrorismo suicida? ¿Y por qué tanto mujeres como hombres han tomado esa opción en el Cáucaso?
“Ustedes están sufriendo un mal día, pero nosotros llevamos sufriendo 10 malos años”, le dijo una Viuda Negra chechena a un rehén ruso en el ataque al teatro Dubrovka de Moscú, en octubre de 2002.
Con esa cita, la investigadora Elizabeth Frombgen abre su artículo “Burkas, Babushkas, and Bombs: Toward an Understanding of the ‘Black Widow’ Suicide Bombers of Chechnya” (Burkas, babushkas y bombas: hacia una comprensión de las terroristas suicidas Viudas Negras).
El uso checheno de tácticas terroristas fue adoptado en 1995, cuando fuerzas de ese país tomaron rehenes en un hospital ruso. La primera vez que una mujer chechena se explotó en nombre de la causa nacionalista fue en junio de 2000. Ese fue también el primer acto terrorista de carácter suicida en el conflicto.
Desde entonces, más de 60 chechenas tomaron parte en ataques suicidas.
La información disponible sobre el perfil de las Viudas Negras tiene un denominador común: su juventud. Dentro del grupo cuya identidad es conocida, la mayoría tienen menos de 30 años. No todas eran religiosas, no todas habían perdido familiares en la guerra contra Rusia. Tampoco vivían en una pobreza abyecta ni hay datos de que hubieran sido violadas por uniformados rusos.
La lectura feminista que proponen algunos señala que la experiencia de las dos guerras afectó el rol de género de las mujeres de tal modo que pudo haber contribuido a una politización mediante el martirio terrorista.
Se trataría de una forma de participación política que aparece “debido a las experiencias femeninas en tiempos de guerra, como la ausencia de los hombres y la necesidad de ocupar nuevos roles que antes eran masculinos”, afirma Frombgen.
Pero esto sólo se manifiesta en “situaciones en las que hay una historia de terrorismo o ataques suicidas conducidos por hombres”, pues experimentar la guerra, las privaciones y las pérdidas no produce en forma automática “mujeres terroristas suicidas”, agrega.
La cultura y forma de vida de los pueblos autóctonos del Cáucaso son muy diferentes a las de Rusia, señala Nino Kemoklidze, candidata a un doctorado en el Centro de Estudios Rusos y Centroeuropeos de la Universidad de Birmingham en el artículo “Victimisation of Female Suicide Bombers: The Case of Chechnya (La victimización de las terroristas suicidas: el caso de Chechenia).
La célula de esa sociedad es el clan, “teipy”, una estructura cerrada y patriarcal. Su cultura e historia se construyeron en torno de los relatos de la “bravura” masculina de sus guerreros.
Los matrimonios están prohibidos dentro del teipy. En un “complejo sistema matrimonial inter tribal” los cuerpos femeninos son convertidos en “mercancía y objeto de intercambio político”.
En los 75 años de vigencia del régimen soviético esta estructura se debilitó, pero sus tradiciones y las normas islámicas consuetudinarias se siguen sintiendo hoy.
Una prueba de ello, dice Kemoklidze, es la tradición de “robar” una mujer para esposarla o aquella otra de la poligamia, ejercida en defensa del crecimiento demográfico.
Pese a la “equidad de género” proclamada por la Unión Soviética, incluso en ese período las mujeres fueron cosificadas. Como las regiones con alta natalidad eran recompensadas con mayores oportunidades de empleo y otros beneficios y subsidios, las chechenas debían parir muchos hijos. Servían, por tanto, como “objetos de ganancia económica”.
Incluso durante los 13 años de deportación ordenada por Stalin, la natalidad chechena permaneció elevada, quizás como una deliberada manifestación de nacionalismo ante al intento etnocida del estalinismo.
Nos dice Kemoklidze que tomemos en cuenta esta compleja estructura social en la que se mezclan tradiciones tribales, musulmanas y soviéticas, para entender el actual conflicto y el papel de las mujeres.
Más que nada, insiste, las mujeres eran percibidas como bienes de ganancia política o económica, con sus cuerpos permanentemente comprometidos en intercambios tribales, en el teipy, o dedicados a sostener la recompensada natalidad soviética.
¿Cómo es posible entonces que esta sociedad permitiera la formación de una identidad femenina terrorista y suicida? ¿Que las mujeres abandonaran su fin supremo, dar vida y nutrirla, para asumir la más masculina de las empresas, la guerra?
Pero es que desde que se hizo estallar la primera terrorista suicida moderna, en Líbano en 1985, todos los episodios siguientes se produjeron en sociedades machistas y patriarcales: Palestina, Turquía, Sri Lanka, Iraq y Chechenia.
Es que ni las mujeres son “esencialmente” pacifistas ni las condiciones sociales son favorables a otro tipo de participación, arguye Kemoklidze.
Los medios de comunicación han jugado un papel importante en describir a las suicidas como “víctimas desesperadas” del terrorismo checheno, “drogadas” o “con el cerebro lavado”. O bien como víctimas de violaciones sexuales en manos de las tropas rusas, con esposos o hermanos brutalmente torturados. De pronto se convierten en personajes que casi despiertan simpatía.
La autora no niega que algunas de esas razones movilicen a los chechenos a la violencia, sean hombres o mujeres. Pero, advierte, el mundo occidental, que acusa al Islam de “una estricta demarcación social”, termina “atrapado en una visión con cristales similares”.
La agresión sigue siendo territorio masculino, mientras las “mujeres violentas sufren desequilibrios mentales o están poseídas por un mal inimaginable”.
Este mito nos impide entender la violencia y sus complejidades. En casi todos los actos terroristas chechenos ha habido mujeres. Fueron muchas las que detonaron bombas en estaciones de metro, autobuses y aviones, matando a decenas o cientos de personas. “¿Qué son esas mujeres, sino actoras de esta guerra brutal?”, se pregunta.
Las Viudas Negras no luchan sólo por venganza o por una tragedia personal. Y al hacerlo, quizás indirectamente o sin intención, “desafían las fronteras de los géneros… transgreden la profunda división entre lo público y lo privado”, afirman Nickie Charles y Helen Hintjens.
No se trata de justificar los crímenes, las muertes, las explosiones. La nueva forma en que algunas mujeres se vinculan con la violencia “no puede ser indicador de progreso hacia la equidad de género”, advierte Cindy Ness.
Si hay algo que la violencia no proporciona es justicia y equidad.